
La competitividad se basaba principalmente en temas internos
y de proceso propios de las empresas y una empresa era competitiva al tener
productos más baratos o poseer más calidad por el mismo precio pues las
empresas se desarrollaban bajo las mismas circunstancias políticas,
financieras, sistema de derecho y condiciones de la mano de obra, entre
otras. Con las circunstancias generadas
por la globalización, las barreras arancelarias se eliminaron, los mercados se
homogenizaron y las empresas tuvieron más posibilidades de acceder a otros
mercados. Los países dejaron de ser feudos de las empresas nacionales.
Repentinamente las empresas nacionales empezaron a competir
con otras que venían del exterior. Las extranjeras muchas veces lo hacen desde
países con sistemas financieros, sistemas de derecho, y sistemas de producción
y mano de obra distintos. Antes, la
calidad, el costo y la eficiencia de estas variables eran comunes a las
empresas competidoras, y por tanto, no tan relevantes; sin embargo, en el nuevo
entorno globalizado, estas variables se volvieron determinantes para potenciar
o aminorar la competitividad de las empresas. Hoy, las variables que entran en
el juego de la competitividad de las empresas se han multiplicado. Ahora la
competitividad depende, en gran parte, de aspectos que las empresas no
controlan de forma directa.

Uno de los principales frenos para el crecimiento y la
superación de la pobreza en los países en desarrollo, es la regulación excesiva
e inadecuada. Esta legislación, que originalmente fue establecida con el
propósito de proteger sectores productivos o grupos específicos de la
población, ha generado el efecto contrario creando altos costos administrativos
y rigidez en el mercado, además de que genera poca eficiencia en el gasto
público y establece incentivos para que la informalidad prevalezca.